lunes, 9 de junio de 2008

El otro yo

Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le formaban rodilleras, leía historietas, hacía ruido cuando comía, se metía los dedos a la nariz, roncaba en la siesta, se llamaba Armando Corriente en todo menos en una cosa: tenía OtroYo.
El OtroYo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las actrices, mentía cautelosamente, se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le preocupaba mucho su OtroYo y le hacía sentirse incómodo frente a sus amigos. Por otra parte el OtroYo era melancólico, y debido a ello, Armando no podía ser tan vulgar como era su deseo.
Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos, movió lentamente los dedos de los pies y encendió la radio. En la radio estaba Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando despertó el OtroYo lloraba con desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo que hacer, pero después se rehizo e insultó concienzudamente al OtroYo. Este no dijo nada, pero a la mañana siguiente se había suicidado.
Al principio la muerte del OtroYo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero enseguida pensó que ahora sí podría ser enteramente vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó.
Sólo llevaba cinco días de luto, cuando salió la calle con el propósito de lucir su nueva y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. Eso le lleno de felicidad e inmediatamente estalló en risotadas. Sin embargo, cuando pasaron junto a él, ellos no notaron su presencia. Para peor de males, el muchacho alcanzó a escuchar que comentaban: «Pobre Armando. Y pensar que parecía tan fuerte y saludable».
El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reír y, al mismo tiempo, sintió a la altura del esternón un ahogo que se parecía bastante a la nostalgia. Pero no pudo sentir auténtica melancolía, porque toda la melancolía se la había llevado el OtroYo.

Mario Benedetti

2 comentarios:

Silvia dijo...

Sigo a vueltas con las distintas Silvias. Pronto haré una reflexión sobre ello. Mientras tanto, Benedetti lo dice mucho mejor, no?

Unknown dijo...

Mi otro yo nunca se suicidaría, porque entonces mi yo se quedaría muy solo y no tendría conquién discutir y mi otro o no muede permitatir que mi yo esté triste, porque esa es la función de mi otro yo, apoyar a mi to cuando mi yo necesita a mi otro yo.